Vivimos en un mundo globalizado donde las relaciones comerciales entre distintos países y culturas están a la orden del día. Así como una empresa no es igual a otra, establecer relaciones comerciales con organizaciones del mismo país no tiene nada que ver con establecerlas con empresas de otros países y, si encima cambia la cultura o el idioma, la probabilidad de meter la pata y poder perder un buen negocio o cliente aumenta exponencialmente.
En caso de negociar o expandirse por otros países, las empresas deben tener en cuenta qué parte de su presupuesto tendrá que revertir en adaptar su negocio al país en el que se quiere abrir camino ya sea adaptándose a la cultura de llegada o, si existe una barrera lingüística, cuidando que la traducción de sus servicios no provoque graves perjuicios o risas.
Llegado el caso de querer internacionalizar nuestra empresa, es conveniente olvidarse de Google Translator o de «mi primo X que ha hecho la Erasmus en Inglaterra o un curso de inglés allí». A lo mejor tu primo es un crack del inglés (por ejemplo) y es capaz de comunicarse perfectamente en la lengua de Shakespeare, pero eso no significa que sea capaz de trasladar las diferencias culturales o, incluso, algunos matices de jergas específicas, de la misma manera que tener los dedos largos no hace pianista a nadie. En cuanto a Google Translator… Basta con traducir un párrafo de la lengua A a la B, pasarlo después por la C, la D, incluso por una lengua E, y volver a la lengua A… ¿Sorprendido con el resultado?
Los ejemplos
A modo de ejemplo se enumerarán algunos casos básicos que pueden hacer que tu empresa pierda crédito e ingresos en el mercado internacional:
Puntuación de cifras
Empezamos con la puntuación de cifras en el sistema anglosajón y en el sistema hispánico (adaptándose cada vez más al sistema inglés). Según la Real Academia, las cifras enteras se separan mediante un espacio duro o un punto (véase el punto 5.2) en grupos de tres cifras, salvo que el número conste de cuatro cifras. Por ejemplo: 4525 o 35 200 (también 35.200) para escribir cuatro mil quinientos veinticinco, o treinta y cinco mil doscientos. Si de cifras decimales se trata, habrá que separarlas mediante una coma (véase el punto 4), por ejemplo: 25,40 (veinticinco con cuarenta). Hasta aquí, todo perfecto, pero… ¿Qué pasa en el mundo anglosajón? Que puntúan al revés que los hispanohablantes, las cifras enteras las separan con comas y, los decimales, con punto. Trasladar cifras de negocios de una cultura a otra puede suponer un cambio radical en la cifra que se presente, dando lugar a malos entendidos, pérdidas y, lo mismo, problemas legales. Por todo lo anteriormente explicado, y a no ser que se estén traduciendo unas cuentas anuales –donde se ha impuesto el sistema de numeración anglosajón–, hay que prestar mucha atención para que los números no nos jueguen una mala pasada.
Las traducciones
Otro escollo cultural que puede originar más de un dolor de cabeza es la traducción de la palabra inglesa billion. Para empezar, hay que saber si el texto está escrito en inglés americano o en inglés británico porque, en este caso, la cantidad resultante difiere considerablemente de un lado al otro del Atlántico. En los Estados Unidos el billion equivale a mil millones (thousand million en el Reino Unido): 1000 000 000; en cambio, si se utiliza este mismo término (billion) en el Reino Unido, nos estaremos refiriendo al trillón español o trillion estadounidense: 1000 000 000 000. ¿Se imaginan las pérdidas de confundir este término en un presupuesto? O perdemos el cliente por «estimar» demasiado al alza o perdemos dinero por haberlo traducido a la baja.
El último problema terminológico que quiero presentar en el ámbito financiero es el de income y revenue. En principio, ambas se traducen como ingresos, lo que Google o el primo de la Erasmus quizás no sepan es que este último término se refiere a los ingresos que la empresa obtiene de sus actividades de explotación, mientras que income suele consistir en los ingresos netos de una empresa, es decir, en el mundo de los negocios normalmente se acepta como sinónimo de beneficios, es decir, las ganancias que ha conseguido la empresa una vez ha descontado de su revenue los gastos derivados de sus actividades de explotación (nóminas, pagos de materiales, impuestos, préstamos,…).
En vista de todos los matices explicados, y de los muchos que aún quedan por matizar, creo que ya no sé preguntarán eso de: «¿realmente necesitamos un traductor?» No lo duden, pongan un buen traductor en sus vidas.