Una vida dedicada a la auditoría

Cuando el 27 de agosto de 1979 comencé a trabajar en Coopers & Lybrand, una de las -entonces- Big Eight (Arthur Andersen; Arthur Young; Coopers & Lybrand; Ernst & Whinney; Deloitte Haskins & Sells; Peat Marwick Mitchell; Price Waterhouse, y Touche Ross), tenía la idea de dedicar mi vida profesional a la auditoría. La había descubierto durante la carrera; en algún momento supe que existían los censores jurados de cuentas que revisaban las cuentas de las empresas para que, los que no estaban involucrados en el día a día de la empresa, pudieran confiar en los balances y demás documentos contables que los directores les facilitaran.

Después, al comenzar quinto de carrera y en la optativa de auditoría en la que me había matriculado, me enteré de que había firmas que prestaban los servicios de auditoría más allá de la práctica individual de los censores de cuentas y que -además- tenían cobertura prácticamente mundial… Vaya, quedé maravillado y me dije que tenía que ingresar en alguna de esas firmas de auditoría. Así que unos días después, concretamente 15.739 días, puedo decir que he conseguido dedicar toda mi carrera profesional a la auditoría, primero en una de las grandes firmas de auditoría, después fundando una compañía de auditoría -Laes Auditores- junto con otros dos socios, y estos últimos años fusionando Laes con Audalia y ayudando en el crecimiento de la firma combinada, Audalia Nexia.

Naturalmente, durante estos más de 43 años de práctica profesional, la auditoría ha cambiado; y mucho. Quiero dedicar este artículo a comentar los cambios que considero más significativos.

Los clientes

 

En 1979 ninguna empresa española se auditaba, salvo las cotizadas. Los censores jurados de cuentas solo actuaban circunstancialmente y casi siempre en el entorno de la administración concursal -entonces suspensiones de pagos o quiebras- o por mandato judicial en pleitos, o como peritos de parte. Por eso los censores jurados de cuentas no vivían de la auditoría, sino que eran en su mayoría asesores fiscales que, puntualmente, hacían algún trabajo relacionado con lo que sería una auditoría, pero sin tener una metodología específica.

¿Quiénes se auditaban, entonces? Las filiales de empresas multinacionales instaladas en España. Y estas eran auditadas exclusivamente por las grandes firmas multinacionales de auditoría; las Big Eight.

Como veremos en el punto siguiente, no fue hasta la Ley 19/1989, de Reforma parcial y adaptación de la legislación mercantil a las directivas de la Comunidad Económica Europea que se estableció la obligación generalizada de someter a auditoría las cuentas de las empresas. Esta obligación entró en vigor para los ejercicios cerrados con posterioridad al 30 de junio de 1990, es decir que, con carácter general, las empresas españolas comenzaron a auditarse en el cierre del ejercicio 1990 sin que con anterioridad, como hemos dicho, se sometiera ninguna empresa a auditoría. Este fue, por tanto, uno de los cambios más significativos que ha sufrido la auditoría en España a lo largo de mi vida profesional.

Pero siendo un punto de inflexión, no fue el único. Hay que tener en cuenta que las empresas no tenían ninguna costumbre, ni conocimientos, de elaborar unas cuentas anuales, por lo que los primeros años tras la reforma mercantil los auditores hicimos un esfuerzo de “educación” de las empresas, proponiendo las políticas contables más adecuadas y supervisando que las cuentas anuales tuvieran toda la información necesaria y relevante. La proporción de informes con salvedades en los primeros años de obligación de publicar las cuentas anuales y de auditar las cuentas era significativamente mayor que ahora; pero al cabo del tiempo, y gracias en buena medida a la aportación de los auditores, las cuentas anuales fueron ganando calidad y, ya desde hace muchos años, son perfectamente homologables a las de otros países del entorno.

La regulación

 

En 1979 no existía en España ninguna regulación de la auditoría. Cada firma o auditor individual llevaba a cabo los procedimientos que consideraba mejores en cada circunstancia y emitía los informes con el texto y formato que estimaba más adecuado. Dado que los censores jurados de cuentas tenían muy pocas ocasiones de realizar auditorías, no había una auténtica “escuela”, si no que cada uno en función de su experiencia hacía lo que creía mejor; por eso era importante, al menos para mí, trabajar en una de las grandes firmas de auditoría, porque era el único sitio en España donde realmente podías aprender y practicar la auditoría tal como se entendía en los países más desarrollados del mundo.

En 1988 se publicó la primera ley de auditoría, la Ley 19/1988, que desarrollaba la actividad de auditoría en España y creaba el ICAC, que recogía la iniciativa contable del extinto Instituto de Planificación Contable y, a la vez, se erigía en organismo (dependiente del ministerio de Economía o Hacienda, según la estructura ministerial de los diferentes gobiernos) a la vez regulatorio y supervisor de la auditoría.

Por lo tanto, se pasó de la inexistencia de regulación alguna a una prolija regulación establecida por dicha Ley y por la normativa que, inmediatamente, comenzó a emitir el ICAC (como las normas técnicas de auditoría de 1989). También por primera vez se estableció un Registro Oficial de Auditores de Cuentas y para ejercer la auditoría en España había que estar inscrito en tal registro, con independencia de los estudios que se tuviera o de la condición de censor jurado de cuentas, si bien es cierto que hubo una disposición transitoria por la que la práctica totalidad de quienes venían ejerciendo de una u otra manera la auditoría, pudieron inscribirse en el Registro. Este hecho, no obstante, provocó un problema, ya que accedieron a la profesión de auditor, personas sin la vocación ni cualificación necesaria.

Por otra parte, no olvidemos que el ICAC era no solo el organismo regulatorio sino también el organismo supervisor, con capacidad sancionadora. Y la comenzó a ejercer desde muy al principio, sancionando a multitud de auditores.

A lo largo de estos 43 años de práctica profesional, además del periodo sin regulación que hemos comentado, han existido tres leyes de auditoría, la primera, de 1988, la de 2010, que modificó a la anterior y dio lugar a la emisión de un texto refundido en 2011, y la ahora mismo vigente de 2015. De igual modo se han publicado reglamentos que desarrollaban las mencionadas leyes, así como gran número de normas técnicas que regulaban aspectos concretos de la realización de las auditorías.

La tecnología

 

Es de Perogrullo afirmar que en los últimos 40 años el avance tecnológico ha sido enorme. Pero, efectivamente y como en todos los órdenes de la vida, ha cambiado el modo en que se hacen las auditorías. En 1979, las empresas grandes y algunas medianas, normalmente filiales de multinacionales, disponían de ordenadores; pero eran “mainframes”, es decir, ordenadores centrales que procesaban los datos de toda la empresa y que no estaban conectados con otros ordenadores, dentro o fuera de la empresa.

Estos ordenadores, como la serie 34 o la posterior 36 de IBM, tenían una gran capacidad de tratamiento de datos (para esa época, pues cualquier smartphone actual de gama media lo supera) y ocupaban toda una habitación, que necesitaba características especiales (aire acondicionado, pues desprendían mucho calor, refuerzo en el suelo, ya que pesaban por encima de los 300 kilos, etc…) y los informáticos que los atendían, únicos autorizados a entrar en la habitación del ordenador, vestían bata blanca y eran considerados como unos “brujos” dentro de la organización.

El resto de empresas tenían máquinas de contabilidad -una mezcla de máquina de escribir y calculadora-, algunas bastante sofisticadas que imprimían en unas fichas de cartulina o, directamente, llevaban la contabilidad a mano (había un ingenioso sistema llamado decalco que escribiendo el asiento en el diario, a la vez lo copiaba en la ficha de mayor y en el auxiliar).

Así las cosas, entenderéis que la auditoría se hacía completamente a mano. Toda. Entera. El equipo de trabajo de un auditor estaba formado por cuadernos de papel rayado de 7 y de 14 columnas (tamaños A4 y A3 respectivamente), lápiz (no bolígrafo porque si te equivocabas o había que cambiar algún dato era mucho más fácil borrar), goma de borrar, sacapuntas y bolígrafo rojo para escribir las referencias de una hoja a otra. Había documentación estandarizada como los programas de trabajo, que ya estaban fotocopiados y solo había que completar el resultado de las pruebas y las iniciales y fecha.

Toda la documentación generada en cada auditoría se archivaba en gruesas carpetas de anillas y una auditoría normal podía ocupar tres o cuatro carpetas; como además de la auditoría se llevaban las carpetas del año pasado para saber las pruebas que se hicieron y su resultado, de forma que fuera una guía para la auditoría del año corriente, y también se llevaba el archivo permanente (normalmente formado a su vez por varias carpetas), comprenderéis que el primer día de ir a un cliente para comenzar una auditoría era una auténtica mudanza. Todo el equipo -formado por tres, cuatro, cinco o más auditores- llevaba un maletón repleto de carpetas (las de la auditoría que comienza todavía vacías, pero con suficiente provisión de cuadernos de papel para rellenarlas), por lo que hacía falta una cierta forma física para ser auditor… jejeje.

Los informes se escribían a máquina y cualquier error o corrección suponía borrar las palabras o párrafos con típex y se volvía a escribir encima. A veces, el espacio disponible era determinante para la redacción de una salvedad, ¡porque no encajarlo suponía tener que volver a teclear el informe completo! Naturalmente, el informe “original” que se firmaba y se entregaba al cliente era una fotocopia del que se había escrito a máquina, que estaba tan repleto de enmiendas y pintado con típex que era imposible usarlo para su entrega a terceros.

Poco a poco este panorama fue evolucionando. Recuerdo que, alrededor de 1984, se instaló el primer aparato de fax en C&L y todos íbamos a la planta 17, donde estaba, para ver la magia de que un documento que estaban metiendo en la máquina en, digamos, Estados Unidos, salía simultáneamente por ese aparato. Fue un gran avance y, a la vez, un gran alivio porque con ello pudimos ganar unas horas, que a veces eran cruciales, para entregar los “reporting packages” de las empresas americanas, pues con el fax no hacía falta mandar la documentación por mensajero a Estados Unidos (con lo que perdíamos un día para que estuviera en su destino en la fecha acordada).

Aproximadamente por esas mismas fechas se instaló el primer procesador de texto para escribir los informes; como en el caso de los primeros ordenadores, ocupaba prácticamente toda una sala y era bastante complicado de manejar, pero permitió salir de la esclavitud del típex y supuso un gran ahorro de tiempo y esfuerzo para los auditores y, sobre todo, para las secretarias que los escribían.

El primer PC que vi fue en la fábrica de Ford en Almussafes y debió ser también a mediados de los años 80. Se usaba para llevar el libro mayor, que hasta entonces se mantenía manualmente. Algo más tarde empezaron a comercializarse los PC portátiles (que más bien eran “movibles” porque eran realmente un maletón que pesaba muchos kilos) que fueron los que impactaron en la auditoría, ya que los fijos no nos servían al tener que hacer el trabajo en las instalaciones de los clientes. Al principio no eran una gran ayuda porque -por su precio- solo teníamos uno por equipo de modo que había que turnarse en su utilización y, por otra parte, el software disponible era limitado y básicamente lo que usábamos era el Lotus 1-2-3 -una hoja de cálculo muy popular hasta que Microsoft sacó Excel y se fue dejando de lado.

A partir de ahí, la curva de aceleración de la tecnología va aumentando y los cambios son vertiginosos. En la primera mitad de los 90 cada auditor tenía su PC, aunque no estaban conectados entre ellos y toda la información se intercambiaba mediante disquete. En mi caso, el primer servidor que instalamos y que conectaba en red local a todos los ordenadores en la oficina fue a finales de los 90. También por entonces fue la primera vez que los ordenadores se conectaban a internet (Google comenzó como buscador a finales de 1997).

Desde principios de los 2000 la tecnología ha seguido evolucionando hasta llegar al estado en que hoy todos la conocemos, pero ha consistido en mejorar lo ya existente y aumentar cada vez más la productividad. Sin embargo, el cambio paradigmático en la manera de trabajar que creó la tecnología fue en los años 80 y 90 del siglo pasado, donde se pasó de un trabajo totalmente manual a uno fundamentalmente apoyado en la tecnología.

El impacto de todos estos cambios en la auditoría ha sido enorme. Para que podáis haceros una idea, calculo que para sacar el número de auditorías que hacemos ahora mismo en Audalia Nexia, con la tecnología que había cuando empecé a trabajar hace 43 años, haría falta una plantilla tres o cuatro veces más grande de los que somos actualmente. Igualmente, el número de horas de trabajo para cada auditoría se ha reducido espectacularmente.

En fin, estos tres ámbitos creo que son los que han configurado los cambios en la profesión a lo largo de mi vida como auditor. Desde luego, la auditoría que dejo no tiene mucho en común con la que había cuando inicié mi carrera y seguro que la actual no será demasiado parecida a la que haya dentro de otros tantos años; si bien la necesidad de la auditoría -la emisión de una opinión profesional independiente sobre si las cuentas anuales reflejan la situación financiera y patrimonial de una empresa o entidad- perdurará siempre. A todos los que estáis dedicando vuestra vida profesional a la auditoría, os deseo lo mejor y espero que disfrutéis de esta profesión que, aunque a veces es muy estresante, también es muy interesante y distinta a cualquier otra.

* Javier Estellés es Managing Partner en el Área de Assurance & Audit

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